El murmullo de los otros. José Luis CANCHO. (Papeles mínimos 2025)



        


 

El cadáver muestra signos de Bobin. Ese hombre dejó una deuda infinita, su mujer y su memoria. Sabemos que aquí, en este remoto lugar, el tiempo se mide en gamonedas. Sabemos que José Luís Cancho levantó el cadáver. Decían de él que era un narrador, después dijeron que era un poeta, después que amaba a los hombres, que le daba gran importancia a los amigos. Parece que todo era algo confuso. El cielo, decían, se había llenado de flores y de árboles, todo en mitad del campo, un campo insoportable, con un calor insoportable, que todos los colores que lo envolvían tenían una temperatura insoportable. Buscaban las causas posibles y ninguno dio con ninguna clave, salvo que el tiempo, en poesía, no existe, aunque se empeñaron en medirlo en gamonedas. Todo eso eran cosas que los hombres temían, que las mujeres admiraban, que los amigos escribirían en sus memorias; incluso Anselm Kiefer, el pintor de Barjac (cerca de Aviñón), se inspiró para sus cuadros de inmensos paisajes, en él, en los ángeles, en los mineros ordenados por cansancios, vagonetas llenas de mineros ordenados por cansancios. 

Existe un mundo en el que te visten con una túnica cuando ingresas en el hospital y ya estás muerto; apesta a plástico. Muy lejos del olor de los narcisos, hoy todo apesta a plástico. La del plástico es una deuda infinita que dejaremos a los hijos, ¿a quién si no?

Existe un mundo, una tierra, unos paseos dentro de los Diarios, que no encuentro en ninguna otra parte. Acabo de escribirle una nota a Avelino Fierro sobre “El murmullo de los otros”; no me ha contestado. El paseo y el encuentro son dos de esos elementos que utilizan los diaristas;  los utilizan, tanto José Luís como Avelino o Karmelo Iribarren, con la misma sencillez y carga de amistad como prodigio. Uno se relaja pensando que la vida es no tener muchas necesidades; esto y te enganchas: ”Caminar hasta el mar bajo la densa sombra que ofrecen los arces y los tilos es uno de mis mayores placeres cotidianos. Tras el paseo bajo los árboles, el encuentro con el mar equivale al abrazo con un viejo y querido amigo.” 

José Luis va encontrando caminos de una pendiente suave; no son las pendientes tortuosas de Josep Pla, que a veces es corresponsal de guerra, o Iñaki Uriarte, que camina de la mano de Montaigne o de Vila-Matas y también se conmueve por los suicidios ejemplares, y aquí asoma ese funcionario de la muerte del gusto de algunos lectores y de no pocos escritores; Uriarte cita a Virginia Woolf o Hart Crane. En cada muerto «la tiranía de la afectividad» una afectividad tirana. No escribe nadie de suicidas sin mérito ni valor alguno como aquel indigente que eligió un árbol de los jardines frente a la Sagrada Familia de Barcelona, fue hace un par de años. Ese camino fue debidamente adecentado, sin sobresaltos, por la correspondiente brigada de barrenderos del ayuntamiento. Sin nombres, sin apellidos. 

José Luis, en ese caminar y escribir de la vida y por lo tanto de la muerte, nos presenta a sus amigos, tanto de carne y hueso como a los que admira por sus lecturas, que también pasan a engrosar esa particular lista: “2.022. 6 de diciembre. Con apenas unas semanas de diferencia han muerto dos poetas a los que siempre he admirado: Miguel Suárez y Christian Bobin.” Uno empieza así a disfrutar de esa intimidad de vivos y muertos, a entrar en el salón de su casa, aceptas un vaso de vino y después otro, sabiendo que no puedes pagar su precio (ni siquiera en gamonedas), entras en calor y, sin darte cuenta, caminas a su lado y entre catalpas, en dirección al mar. Cuando llego a la página 40, que se corresponde con el 23 de abril de 2023, ya somos amigos, celebramos juntos mi cumpleaños de aquel año; no hay velas, ni tarta, no hay nada. El Diario se interrumpe en el año 2024, pronto para dejar de leer, aunque de vez en cuando rebota como una pelota de pimpón, algo que se te mete en la cabeza; rebota ahí dentro como una pelota de pimpón y entonces te vas a caminar; de nuevo distingues (en la intensidad de la mirada) entre estar solo o estar en compañía de la lectura de un amigo. Olvido García Valdés, Miguel Casado, Eli Tolaretxipi, Javier Marías, Víctor Angulo, Valeria Correa Fiz, Karmelo Iribarren, Aixa de la Cruz, Ramón Eder, Jorge Aranguren, Mikel Lasa, Eduardo Moga, Jordi Doce, Jaime Priede, Gregor von Rezzori, 142, revista cultural, Ildefonso Rodríguez, Gustavo Martín Garzo...Carlos Ortega. Muchos amigos más y exposiciones, librerías abiertas y cerradas, revistas, ambulatorios y serbales, el agua del mar o el tono de su rumor. Todo en un murmullo que es nuestro.

 

El libro lo publica Papeles mínimos. Es un libro precioso de costura francesa en el que se cuela el hilo verde de los pespuntes que lo encuadernan. N.º 14 de su colección de narrativa.




"Esta mañana, en la panadería, un niño y yo nos hemos mirado fijamente"..."Pensaba también que la intensidad de la mirada del crío en la panadería era una mirada profundamente humana, que en esa mirada estaba contenida toda la fragilidad del niño, así como todo el amor y toda la curiosidad que era capaz de sentir ante el presencia de un desconocido". 

    La mirada a la que se refiere Cancho, es su propia humanidad, la que se asombra ante nuestra mirada, la de los lectores desconocidos. 

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