La estación de la ceniza. David FAJARDO. (PreTextos 2025)


 

Letras, palabras, sonidos y sentidos. Eso es el alma. La poesía y el alma forman un solo ser; una sorpresa que se ríe te emociona, te proporciona una calma incompleta a la que nunca sobrevives si no es a través de otras almas. No te da de comer, no te proporciona riqueza, te permite, a veces, llegar al día siguiente. David Fajardo tiene ese don del alma, atrapa el dolor y los sentidos, va tejiendo sus poemas por una necesidad y una emoción, de las letras a las palabras, a los sonidos hasta llegar a los sentidos. Su poemario “La estación de la ceniza” ha ganado el VI Premio Internacional de Poesía “Juan Rejano-Puente Genil”. Conozco este premio; yo también lo gané. He leído todos los poemarios de cinco de las seis ediciones, todos publicados por Pre Textos, cada uno con su alma a cuestas; todos son hermosos, todos fueron escritos por una necesidad y este último por un desconocido sin contaminación alguna; con este libro David nos devuelve a una realidad antigua, esa que pertenece al mundo del que venimos, la que nos hace recordar, de nuevo, el horror del que nadie escapa, el horror permanente del que sólo es capaz el hombre contra el hombre, hasta crear la imagen del horror, los ojos cerrados de una muñeca como un resto de metralla, la pesadilla de verte dentro del gueto de Podgorze en el tiempo de Polonia, verte en Auschwitz. Hace años, en un viaje por Alemania, conocí Oranienburg en el estado de Brandemburgo, 35 km al norte de Berlín; allí se construyó en 1933 uno de esos primeros campos de concentración. Quedaban a la vista alambradas, barracones, siniestros postes y silencio para los turistas, para la memoria. Este poemario te trae esa memoria derretida con la consistencia del pasado, tanto como la memoria de nuestro maltrecho presente por el que imploramos en Ucrania y Palestina, que también será ese puré espeso del futuro que se espanta sólo de pensar que cada hombre es la humanidad. Hoy día, en que se celebra “a lo grande” el gasto militar, no caben los niños en las aulas de los colegios; hoy, mientras los grandes aviones de guerra repostan en vuelo para destruir al punto acordado, no llega el agua a las huertas, a los campos del mundo, agoniza lentamente el mar, tampoco hay suficientes plazas y niños para la liturgia extraordinaria de la música, la poesía, entre pijamas de rayas, sin la presencia de un solo milagro. Hoy las viejas gargantas alemanas suenan en las gargantas de militares judíos buscando cuerpos nuevos, sacrificios. De ellos, otra vez, hay que salvar a un hombre para salvar a la humanidad. Este poemario te lo recuerda, te recuerda que después, esos hombres, las mujeres y los niños, construyeron un estado invenciblemente feliz, hasta hoy, donde sus herederos de cuarta generación se han dejado arrastrar, de nuevo, por el poder de la locura y la muerte. Con ustedes, “La estación de la ceniza.”




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